MIGUEL ÁNGEL NIETO
(IBLNEWS.COM) - Un mes antes, de hecho, ETA había intentado
volar sin éxito la madrileña estación de tren de Chamartín. Cualquier otra
hipótesis sobre la autoría era poco menos que fantasiosa y exótica. A nadie le
cabía la menor duda, por otra parte, que el escenario político era totalmente
distinto, a tres días de unas elecciones generales en las que la derecha partía
como clara favorita, si el atentado era o no obra de ETA.
Apenas tres horas después de iniciada esa reunión, Arnaldo Otegi, portavoz
oficioso del separatismo vasco, protagonizó una aparición histórica antes las
cámaras de televisión: condenó en euskera la matanza, algo insólito en la
historia terrorista vasca; y en un alarde de cinismo y desmemoria dijo que
nunca, en ningún escenario hipotético, ETA hubiera atentado contra obreros. Es
decir, por primera vez se negaba la participación de ETA en una acción
terrorista que le había sido atribuida y se señalaba como autora, por boca de
Otegi, a la “resistencia árabe”.
El Gobierno optó por calificar de “miserables” a quienes ponían en duda
la verdad “oficial” y por boca de Acebes, a la una de la tarde de ese
jueves fatídico, el gobierno de Aznar aseguraba “no tener ninguna duda”
de que había sido ETA. Y ello a pesar de que una semana antes el propio Acebes
había dado por prácticamente desarticulada a la banda terrorista. En su
comparecencia ante los medios, por si cabía alguna duda, Acebes introdujo un
primer dato que enseguida se demostraría falso: el tipo de dinamita utilizado
por los terroristas era el usado habitualmente por ETA.
A esa hora, a 30 kilómetros de Madrid, hacía 60 minutos que la policía había
encontrado una furgoneta en cuyo interior había siete detonadores, medio
cartucho de dinamita de la marca Goma 2 Eco ¬–que no es la que usa ETA¬– y una
cassete con versículos del Corán. En el lugar de uno de los atentados también se
había hallado una mochila que no llegó a estallar cargada también de Goma 2 Eco.
En su interior, además, había un teléfono celular con tarjeta prepago y dos
detonadores de cobre, material rara vez utilizado por ETA, que desde hace años
usa detonadores de aluminio.
A última hora de la tarde de ese jueves, Acebes compareció de nuevo ante los
medios para explicar que había dado orden a la policía de que no se descartara
ninguna línea de investigación, aunque el gobierno seguía apostando por la
certeza de la implicación de ETA. No mencionó la mochila, pero sí el hallazgo de
la furgoneta con los detonadores y la cinta del Corán. Insistió en algo que no
era verdad: el tipo de explosivo era el utilizado habitualmente por ETA.
Poco antes habían hablado por televisión el Rey y el presidente del Gobierno. En
sus discursos institucionales mencionaron a los “terroristas”, pero ninguno
pronunció la palabra ETA. Tal vez porque en Dubai un grupo islámico denominado
Los Leones de Al-Mufridoon había ya reivindicado el atentado como una respuesta
al apoyo de España en la guerra contra Irak y porque otro grupo islámico, en un
correo electrónico dirigido a un diario londinense que se publica en árabe,
felicitaba a los autores de la masacre por una operación a la que denominaban
trenes muertos.
A juzgar por todos estos datos y por el análisis de un
atentado que poco parecía tener que ver con el modus operandi de ETA, a última
hora de la noche del 11-M era evidente que la masacre, 192 muertos en aquel
momento y 1.400 heridos, tenía que ver con la actitud del gobierno en la guerra
contra Irak. De hecho, la mayor parte de la prensa internacional tituló con ese
mensaje sus primeras páginas.
Acebes volvió a comparecer al día siguiente por la tarde, el viernes 12 de
marzo, a menos de 48 horas de la jornada electoral. Once millones de personas
habían salido a las calles en todas las ciudades españolas para mostrar su
indignación y su duelo y para preguntar al Gobierno “¿Quién ha sido?”, una de
las consignas que más coreadas.
En su nueva aparición, Acebes aseguró que el modus operandi había sido el de ETA
y explicó el hallazgo de la mochila, el celular y los explosivos de su interior.
Dijo que el explosivo hallado era un tipo de Goma 2 marca Eco, de fabricación
española, pero no dijo que la que utiliza ETA es de la marca Titadyne, de
fabricación francesa. Acebes puso en duda la veracidad de los comunicados
reivindicativos del día anterior en Londres y Dubai y afirmó que “ETA sigue
siendo la principal línea de investigación”. El ministro tampoco aclaró la
paradoja de que el tipo de explosivo hallado en la mochila fuera idéntico al
encontrado el día anterior en la furgoneta en la que se halló la cassete que
declamaba versos del Corán.
A esa hora, ETA había desmentido su participación en la masacre a través de dos
llamadas telefónicas: una al diario Gara, donde habitualmente reivindica sus
acciones, y otra a la televisión pública vasca, a la que un mes antes había
hecho llegar un video proclamando la tregua en Cataluña. Quienes recibieron las
llamadas aseguraron que la voz del comunicante era la misma del etarra que
anunció la tregua en Cataluña. Pero el Gobierno tampoco dio credibilidad a esas
comunicaciones.
El ministro tampoco dio crédito a expertos españoles de la luchan antiterrorista
que discrepaban de la versión oficial ni a una información publicada esa tarde
del viernes por la cadena noruega NRK. Agentes de inteligencia de ese país que
investigan la pista de Bin Laden habían hecho pública la página 42 de un
documento interceptado a Al Qaida en 2003 en el que podía leerse lo siguiente: “Debemos
utilizar al máximo las elecciones. El Gobierno [español] podría resistir como
máximo tres ataques”. El objetivo que manifiesta Al Qaida en dicho documento
es que España, país al que consideran “eslabón débil” de la coalición,
retire sus tropas de Irak. A continuación, explican, el resto de países seguirá
su camino “como piezas de dominó”.
El sábado 13 de marzo todo se precipitó en España. La televisión pública aplicó
a rajatabla la orden gubernamental de que nadie que no fuera miembro del
Gobierno apareciera en pantalla en esa delicada víspera electoral. Portavoces
gubernamentales llamaron personalmente a los corresponsales extranjeros
acreditados en este país para pedirles que insistieran en sus crónicas en que
había sido ETA la autora de la matanza. Sin duda, se trataba de un intento a la
desesperada de administrar 24 horas más la realidad para evitar que la verdad
influyera en el sentido del voto.
Pero no hubo forma de evitar que fuera pública la información sobre la detención
de dos hindúes y tres marroquíes relacionados con el teléfono móvil hallado en
la mochila de los explosivos. Además, a media tarde de ese sábado, un
autodenominado portavoz militar de Al Qaida en Europa, Abu Dujan al Afgani,
reivindicó los atentados a través de un video que trató de hacer llegar a la
televisión autonómica madrileña y que finalmente recogió la policía. Era, según
la transcripción, “la respuesta a la colaboración [española] con Bush en Irak
y Afganistán”.
Es ministro Acebes escamoteó la existencia y el contenido de ese video hasta muy
avanzada la madrugada del sábado al domingo, hasta que creyó estar seguro de que
los españoles se habrían ido a la cama después de haberles programado en la
televisión, sin previo aviso, Asesinato en febrero, una sobrecogedora película
sobre el asesinato por ETA del parlamentario socialista Fernando Buesa.
Datos de que algo se estaba ocultando llegaron oficiosamente a través de
Internet y de colegas periodistas que llamaban desde Tokio, Nueva York, Londres
o Toronto. El rumor de la existencia de ese video reivindicativo que parecía
incontestable comenzó endiabladamente a circular en los chats y en forma de
mensajes cortos a través de los teléfonos móviles. A la memoria colectiva
acudieron las imágenes del hundimiento del Prestige, que sorprendió de cacería a
los ministros, los militares muertos en un avión ucraniano que volaba en
lamentables condiciones, y las famosas armas de destrucción masiva que
justificaron una guerra a la que nueve de cada diez españoles se habían opuesto
firmemente.
Mediante mensajes a través de los celulares se convocaron manifestaciones en
toda España ante las sedes del Partido Popular para exigir al Gobierno la
verdad. “Sin partidos, en silencio, para exigir la verdad”, se decía en la
cadena de mensajes.
Y fue entonces cuando el Partido Popular se hizo su harakiri. El candidato de la
derecha a la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy, hizo una desesperada
aparición en la televisión a las ocho de la tarde para denunciar las
manifestaciones en plena jornada de reflexión. Su intervención, amplificada por
una televisión pública manifiestamente intervenida, puso sobre la pista a
millones de ciudadanos que no se habían percatado todavía de la existencia del
video reivindicativo.
El domingo, cuando amaneció, la certeza de una nueva mentira estaba ya instalada
en la jornada electoral. Y miles de ciudadanos que se acercaron a las urnas no
lo hicieron para votar. Lo hicieron para vengarse.
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