CARMEN FUENTES - surdigital / Nada menos que 3.500 años han
pasado desde las noticias de los primeros relojes de sol, y unos pocos menos
desde que el hombre consiguió fabricar dos botellas de cristal iguales para
meter arena y medir el tiempo. El camino de la relojería ha sido largo y
laborioso y hoy es muy difícil entender su gran significado por el mero hecho de
que la hora nos la dan gratis y está marcada por todos los rincones, pero basta
con adentrarse en el siglo XVII, que no había ni luz, para comprender que tener
un reloj en esa época debía de ser algo mágico y al alcance de muy pocos.
Aunque perder la noción del tiempo es a veces de lo más relajado y gratificante,
el hecho es que para media humanidad la medida del tiempo ha sido una obsesión
permanente, hasta el punto de haber provocado en los albores del siglo XXI una
nueva enfermedad, 'la relojitis', es decir la fiebre desmesurada por los
relojes. Y todo, porque los relojes son al hombre lo que las joyas a la mujer:
una pasión que va creciendo con los años, porque para el hombre el reloj es el
complemento ideal de su atuendo y el objeto que marca a la persona. «Dime qué
reloj llevas y te diré quién eres», parece insinuar la incesante y avasalladora
publicidad, sobre todo, en los preámbulos de la Navidad, Basta con echar un
vistazo a los escaparates de las joyerías para ver que los relojes son como las
setas, que marcas y modelos proliferan en otoño, de cara a la Navidad.
Aunque el sector se niega a dar cifras, el mercado de la relojería mueve miles
de millones de euros en todo el mundo, especialmente en estas fechas. Dicen los
relojeros consultados que el 60 por ciento de las ventas se realiza de
septiembre a diciembre. Y más que aumentará, porque hay quien no concibe su
vida, y mucho menos su vestuario, sin una docena de modelos en el joyero. Y a
ser posible de marca.
Relación de afecto
La relación del hombre con el reloj es de afecto. A los relojes de pulsera se
les empieza queriendo (sobre los seis o siete años) y se les termina
coleccionando e, incluso, sabiendo de técnica y maquinaria. Pasó en los años 40,
que fueron tan importantes para los relojes de pulsera, (algunos aseguran que
nacieron en 1905, en la casa Rolex) y seguirá pasando. La clave está tanto en su
nueva estética como en sus incorporaciones, llámense cronógrafos, calendarios...
Hasta el siglo XIX, los mejores relojes del mundo eran los alemanes (siguen
siéndolo algunas marcas un tanto desconocidas para los españoles como la
Glashütte) y los franceses, y si los suizos tienen fama ha sido porque en el
último siglo y medio han hecho grandes relojes. El suizo Abraham Breguet está
considerado por muchos como el padre de la relojería moderna. Su estilo ha
permanecido con el tiempo y hoy sigue siendo un mito. Suiza, que permaneció
neutral en medio de los vientos de la guerra mundial, no perdió el tiempo. Lo
dedicó, entre otras cosas, a la industria relojera, hasta el punto de que en los
años 60 logró realizar la mitad de la producción de relojes del mundo.
Pero Oriente le salió al paso y, sigiloso y paciente, esperó su oportunidad para
tener su momento de gloria. Fueron los Juegos Olímpicos del 64, en Tokio,
quienes se la dieron al ser cronometrados todos sus tiempos por la casa Seiko,
que pronto se preparó para invadir el mundo con sus relojes de cuarzo. Ahí
cambió el concepto de reloj tradicional, caro, único y de lujo, que pasaba de
padres a hijos, y en Japón nació uno nuevo, barato, asequible y al alcance de
las masas. Y ahí empezó también la guerra de la relojería, de Oriente contra
Occidente, con millones de modelos muy similares en precios y diseños que
hicieron temblar el mercado occidental del reloj.
Fue en los 70, con la invasión en el mundo de relojes orientales, cuando los
suizos se echaron a temblar. Pasaron una auténtica crisis. Pero reaccionaron con
un producto nuevo, único e igual de barato. La Unión de Relojeros Suizos se
juntó y en los años 80 crearon el Swatch, un reloj de plástico, pero con
innovación tecnológica, que conmocionó al mundo.
Movimiento de cuarzo, impermeabilidad a 30 metros, resistencia a los golpes,
diseño y bajo precio. ¿Se podía pedir más? Imposible. Ningún fenómeno en la
historia de la relojería ha supuesto una revolución mayor que la creación del
Swatch.
Con el tiempo, a los modelos les han ido dando personalidad hasta conseguir los
relojes más populares, originales y vendidos del mundo. Y lo mejor: su precio.
Esta Navidad ha sacado una edición limitada de 4.000 piezas numeradas, con una
esfera cubierta por 174 diamantes que equivalen a unos 0,7 quilates que cuesta
1.150 euros, cifra astronómica tratándose de un Swatch. Esta casa ha hecho
algunas colecciones limitadas que, en subastas y en Internet, alcanzan cifras
astronómicas, porque este reloj ha generado en Suiza una Asociación de Amigos
del Swatch, capaz de hacer cualquier 'locura' económica con tal de tener una de
estas piezas. El ejemplo de este modelo lo han seguido algunas marcas españolas
y no han dudado en encargarlos a conocidos diseñadores.
Entre el lujo y la utilidad
Dicen los relojeros que el mundo de la relojería es como el del automovilismo,
que hay Rolls Royces, que hay Mercedes, Audi, Opel y que hay utilitarios como el
Smart o el Corsa. Es decir, hay relojes de alta gama (Patek Philippe Audemars
Piguet, Blancpain, Breguet, Girard-Perregaux, IWC, Jaeger LeCoultre, Piaget,
Vacheron Constantin, Zenit...) que serían los Rolls Royce de la relojería, que
los hay de media gama (como Omega, Cartier, Hublot, Rolex, Bulgari, Beaume
Mercier, Breitling...) y que existen los utilitarios (métanse aquí las marcas
que quieran incluidos los Swatch).
Todos los relojes están en la tierra, menos uno, el Omega que, tras superar las
durísimas pruebas de la NASA, fue el primero en pisar la Luna en 1968, el modelo
'Speed Master', que la casa sigue fabricando porque tiene miles de entusiastas,
para quienes darle cuerda es su placer diario. Les da igual que el mecanismo
automático marcase un hito en la historia del reloj y que fuera Wilsdorf, el
fundador de la Casa Rolex, quien en 1931 lo sacase al mercado. Siguen
enganchados al viejo sistema y parece que tienen cuerda para rato.
Pero el reloj es un objeto y como tal tiene su público. Antes eran los
acaudalados árabes quienes frecuentaban las joyerías en busca de los 'pelucos'
más caros y espectaculares y, hoy, las grandes joyerías del mundo están llenas
de japoneses, taiwaneses, malayos e indios ansiosos de colocarse en la muñeca el
último Cartier o el diseño más atrevido de Bulgari, la marca preferida de los
modernos.
Dicen los relojeros que los hombres clásicos prefieren un Omega;
que los 'señores', un Patek Philippe o cualquiera de alta
gama; que los deportistas, un Breitling; que los que pretenden
llamar la atención compran un Rolex; que los nuevos ricos se inclinan
por el Hublot; que a los ricos de toda la vida les encanta
Cartier; que los Audemars Piaget son para los que ven muchas revistas
y un 'boom' desde que los llevan los consortes de las infantas, y que al
ejecutivo moderno le chifla el último modelo Swatch.
El lujo del platino
La marca complementa a la persona, por eso, cuando el hombre tiene un estatus
muy alto, lleva relojes muy importantes, pero discretos. La mayoría, de platino,
que es un lujo que, de lejos, no se nota, pues parece de acero.
Las grandes marcas de relojes hacen en platino unos cuantos modelos que son el
símbolo de la casa, porque el platino es lo máximo en relojes. Sólo quien lo
lleva, y alguien muy cercano al mundo de la relojeros alcanzan en las subastas
los precios más altos. No en vano fue la primera casa, en 1856, en dar cuerda
manual a sus relojes a través de la corona (antes se hacía con la llave) y tiene
la patente. Esta casa tiene, para algunos modelos, lista de espera, pues sólo
hay 600 puntos de venta en todo el mundo y lo tiene todo vendido. Su fabricación
anual no pasa de los 30.000 relojes, 30 veces menos que la casa Rolex, por
ejemplo.
Pero el reloj es también un arma de seducción. Al menos para ejecutivos,
diseñadores y financieros de las nuevas generaciones de todo el mundo
industrializado. Las marcas les apasionan y tienen un modelo para cada ocasión y
una correa para cada tiempo, porque la correa en el reloj es fundamental. Una
pieza importante y de platino, siempre va con correa de cuero. Las de acero o
las de caucho son para relojes deportivos, por aquello de que el agua no las
estropee, porque la correa es algo delicado y con fecha de caducidad. El reloj
también tiene su tiempo, pues no es lo mismo la mañana que la noche, como no es
igual un modelo para ir a una fiesta que otro para participar en una regata.
Veánse los ejemplos del Rey y del Príncipe, entusiastas de los relojes que, sin
proponérselo, han puesto de moda alguno modelos, porque hoy llevar el reloj que
Don Juan Carlos utiliza para la Copa del Rey está al alcance de una gran
mayoría.
Además, ya hay estuches y mecanismos especiales para guardarlos y para que no se
paren. Don Juan Carlos, por ejemplo, tiene su propia 'rueda' para meterlos, el
mismo sistema que utilizan las manufacturas relojeras, lo que les permite estar
continuamente moviéndose para que no se paren.
Al Príncipe de Asturias le entusiasman los relojes y el día de la boda llevaba
un Breitlinz, que, a tenor de los relojeros, al ser un modelo deportivo, no era
el más adecuado para un tipo de ceremonia como esa. Algo de sentimental tendría
ese reloj cuando Don Felipe lo llevaba. A la Reina, también le gustan y tiene
varios modelos de alta gama, aunque últimamente se ha vuelto una forofa de los
Swatch y sus originales modelos. Le encantan.
Eternos clásicos
Los años pasan volando pero las tradiciones permanecen. Qué lejos ha quedado
aquel reloj 'de pedida', con malla de oro y 'de vestir' que tan elegantemente
lució en su muñeca el caballero español de los 70.
Regalar un reloj al hombre por el compromiso matrimonial sigue siendo una
tradición en muchas familias, incluida la Real, que, sin pretenderlo, pusieron
de moda una marca determinada en el intercambio de obsequios que recibieron de
las infantas en sus compromisos matrimoniales.
El tiempo pasa y los modelos varían, pero la moda relojera de alta gama sigue
apuntando a modelos clásicos. Sin embargo, y como aseguran los relojeros, hay un
sector de clientes a quienes les gusta 'picar' en los modelos de los diseñadores
y firmas como Gucci, Versace, Armani, Dior, Calvin Klein o Hugo Boss, han
sucumbido a los encantos del reloj y los han incorporado a su colección como un
complemento más del vestir. Hasta la masculina revista del Play Boy ha patentado
uno con su marca.
Hay relojes de todos los precios, pero las grandes marcas son caras. Por
ejemplo, el modelo más barato de un Patek Philippe, cuesta de 7.000 a 8.000
euros. El más caro es el Stard Caliber 2000, que viene en una cajita con cuatro
relojes que valen seis millones de euros.
Al alcance de cualquiera
Pero adquirir un buen reloj ya no es sólo un problema de dinero. Si los primeros
clientes de los relojes Cartier de pulsera fueron en EE. UU. los Rockefeller,
los Ford o los Wanderbilt, que pagaban en metálico, hoy una pieza de esta
emblemática casa, o de cualquier otra, puede estar al alcance de quien quiera,
porque hasta los relojeros han sucumbido a la venta a plazos.
Basta con extender varios talones a diversas fechas (forma bastante habitual en
joyería), sacar la tarjeta de El Corte Inglés en tres plazos y sin recargo, o
solicitar al Banco un crédito personal, (que está a la orden del día), para
llevarse a casa el último capricho. Además, la incorporación de la mujer al
trabajo ha generado un mercado de lujo muy importante, porque el reloj es un
símbolo externo de elegancia. Ellas ya compran para ellos y son muy exigentes.
|