El cónsul Perlasca (2002)
Budapest, en plena ocupación nazi, durante la Segunda Guerra Mundial. Los
judíos son buscados, detenidos y enviados a campos de concentración o de
exterminio.
Esta es la situación con que se encuentra Giorgio Perlasca, un ciudadano
italiano, empleado en negocios de importación y exportación de carnes,
antiguo excombatiente en la Guerra Civil Española, a las órdenes del
General Franco, del que recibe al licenciarse un salvoconducto de
gratitud, que le ha de servir de presentación en cualquier Legación
española del mundo. Al comprobar la manera en que son tratados los judíos,
Perlasca, que ya dejó la contienda española por no estar de acuerdo con
los sistemas empleados por los llamados “nacionales”, decide ayudarlos. Se
presenta ante el Sr. Sanz Briz, Embajador español en Hungría y comienza a
colaborar con él. A los pocos días, el Embajador recibe la orden de Madrid
de cerrar la embajada y trasladarse a Suiza.
Eso puede representar que las casas de acogida que tiene la Embajada, como
territorio español, dejen de gozar de inmunidad y, consecuentemente, que
los judíos allí acogidos por iniciativa de Perlasca se queden sin
protección.
Para evitar que esto pueda suceder, Perlasca, valiéndose del documento que
le extendió Franco, se hace pasar por Cónsul español, consiguiendo que la
Embajada siga abierta y, lo más importante, que también sus casas queden
protegidas.
Los alemanes van perdiendo la guerra y esto les convierte todavía más
peligrosos. Su acoso a los judíos se hace cada vez más agobiante. Perlasca
se juega la vida repetidas veces para mantener la situación, que ya se
hace insostenible. La humanidad de aquellas pobres gentes, sin otra
protección que la que les brinda Perlasca hacen que éste se reafirme cada
vez más en su decisión de no abandonarles y luchar por ellos cuanto le sea
posible, jugándose la vida y renunciando a regresar a su casa, junto a su
familia.
Así es como consiguió salvar de la muerte a miles de judíos y evitar la
destrucción total del Ghetto, en la retirada del Ejército alemán, en el
que se hacinaban miles de judíos de todas las nacionalidades.
La llegada del Ejército Rojo terminó con aquella situación, de la que
Perlasca sólo se llevó la gratitud de los que sobrevivieron y el dolor por
la suerte de aquellos a los que conoció y no pudo ayudar
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