Esa afirmación está contenida en el mensaje, difundido ayer
por la Santa Sede, que Juan Pablo II ha dirigido a los miembros de la Pontificia
Academia por la Vida con motivo del décimo aniversario de su creación.
En el documento, el Pontífice elogia la labor de esa
institución pontificia, en un momento en el que "los progresos de las
ciencias biomédicas hacen entrever perspectivas prometedoras para el bien de la
Humanidad y la cura de enfermedades graves, pero también a veces presentan
problemas en relación con el respeto a la vida humana y la dignidad de la
persona".
Alude en su carta al dominio creciente de la tecnología
médica en procesos como la procreación humana, los descubrimientos genéticos y
la biología molecular, así como a los cambios en la gestión terapéutica de los
pacientes más graves.
Se trata de factores que "junto a la difusión de
corrientes de pensamiento de inspiración utilitarista y hedonista pueden llevar
a conductas aberrantes, así como a la aprobación de leyes injustas para la
dignidad de la persona y el respeto a la inviolabilidad de la vida inocente".
El Papa llama a los intelectuales, en especial a los
católicos, a que hagan oír su voz sobre la evolución de la investigación
científica y a los miembros de la Academia Pontificia por la Vida a que cumplan
su objetivo de estudiar los principales problemas de la bio-medicina y el
Derecho relacionados con la promoción y defensa de la vida.
"Es necesario sensibilizar cada vez más a los
investigadores, sobre todo los del ámbito biomédico, sobre el beneficio
enriquecedor que puede salir de conjugar el rigor científico con la antropología
y la ética cristianas", apunta Juan Pablo II.
La posición de la iglesia en este extremo ya era hasta ahora
conocida, sin embargo, día a día el mensaje se vuelve más y más atrevido y
abarca nuevos aspectos de la investigación científica poniendo en peligro, en
aquellos estados más confesionales, unos avances que pueden ayudar a la
humanidad a librarse de enfermedades que hoy aterran a la humanidad.
|