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Miguel Ríos hace un llamamiento a la huelga general de músicos para protestar
contra la piratería |
Desde el punto de vista de Miguel Rios el deterioro de la situación es tan
alarmante, y las expectativas tan sombrías, que cree que se dan las condiciones
objetivas para convocar el acto extremo de una huelga musical. |
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Según un artículo de opinión que el cantante Miguel Rios publica en el rotativo
"El País" las compañías discográficas, grandes o pequeñas, las editoriales, las
tiendas de discos que aún sobreviven, las fábricas, los distribuidores, los
productores, los estudios de grabación, los luthiers, las empresas de
servicios, las tiendas de instrumentos de música, los conservatorios, academias
y escuelas de música, los representantes artísticos, los compositores y
letristas, los artistas consagrados o por consagrar, y todos los músicos sin
excepción, están contra las cuerdas.
"Miles de personas abocadas al paro, ya galopante, ven cómo su futuro se
tambalea, no por una crisis económica general que haga que el personal se gaste
los euros en artículos de primera necesidad, dando la espalda a lo más
superfluo y espiritual, sino porque de una forma absolutamente impune y, sin
nocturnidad, pero con alevosía, se nos está robando. La Real Academia Española,
en su diccionario dice que piratería es el "robo o destrucción de los bienes de
alguien".
La huelga tendría dos destinatarios: el Gobierno y la sociedad.
El primero por "no ha enmendado la errática política de sus predecesores en
la erradicación de la piratería callejera".
Y el segundo "porque esta sociedad les da la espalda comprando el producto
del saqueo, con las más peregrinas justificaciones morales para amparar su
complicidad en la catástrofe".
Finalmente concluye: "Por simple dignidad, paremos de tocar".
A continuación el artículo completo publicado en la edición del martes 29 de
marzo en "El País".
A favor de la huelga general de la música
Por Miguel Ríos
El País
29/03/05
Hace unos meses, las televisiones del país echaban fuego con la huelga de
astilleros. El humo de las teas de neumático se confundía con el del
pitillo de después de comer, y el café me sabía a inquietud.
Mientras los trabajadores descuajeringaban un puente, pensaba: lo
encabronado que tiene que estar un tipo y el miedo que le tiene que dar
un futuro en paro para defender sus derechos de forma tan extrema. Sentí
simpatía por su causa.
Después de meses de negociación, al final de la algarada, casi vencieron,
o por lo menos se clarificó el panorama. Casi siempre he estado a favor
de las huelgas de los trabajadores, aunque me causen inconvenientes.
Porque, ¿qué se puede hacer cuando no se encuentra otra salida?
Pero, ¿qué pasa con los músicos, y con los trabajadores de la industria
de la música, que ven cómo se destruyen por miles sus puestos de trabajo,
sin dar una respuesta contu
ndente? Los músicos, ya se sabe, no tenemos la habilidad, ni la fuerza,
para desmontar un puente y usarlo como barricada reivindicativa. Tenemos
una escasa cultura sindical y asociativa y, además, somos algo nómadas y
muy individualistas. Pero si quisiéramos montar un gran estruendo, meter
ruido, tendríamos en nuestras manos el escandaloso sonido del silencio.
Un hosco silencio que deberá ser rellenado de palabras que expliquen por
qué se ha llegado al extremo en que los trabajadores de la música, y las
compañías de discos, se declaren en huelga general y prohíban la difusión
pública de su música.
Desde mi punto de vista, el deterioro de la situación es tan alarmante, y
las expectativas tan sombrías, que creo que se dan las condiciones
objetivas para convocar el acto extremo de una huelga, que debería estar
respaldada por todos los actores de este musi-drama.
Porque las compañías discográficas, grandes o pequeñas, las editoriales,
las tiendas de discos que aún sobreviven, las fábricas, los
distribuidores, los productores, los estudios de grabación, los luthiers,
las empresas de servicios, las tiendas de instrumentos de música, los
conservatorios, academias y escuelas de música, los representantes
artísticos, los compositores y letristas, los artistas consagrados o por
consagrar, y todos los músicos sin excepción, estamos contra las cuerdas.
Miles de personas abocadas al paro, ya galopante, ven cómo su futuro se
tambalea, no por una crisis económica general que haga que el personal se
gaste los euros en artículos de primera necesidad, dando la espalda a lo
más superfluo y espiritual, sino porque de una forma absolutamente impune
y, sin nocturnidad, pero con alevosía, se nos está robando. La Real
Academia Española, en su diccionario dice que piratería es el "robo o
destrucción de los bienes de alguien".
Toda huelga tiene su destinatario. Ésta que yo propongo tiene dos: el
Gobierno y la sociedad. Va contra el Gobierno porque, a casi un año de su
toma de posesión, y pese a sus buenas intenciones, no ha enmendado la
errática política de sus predecesores en la erradicación de la piratería
callejera, verdadera plaga que asola a un colectivo que ve cómo su
trabajo se roba y malbarata, ante la pasividad de una Administración que
no dudaría en reprimir, como debe ser, cualquier otro tipo de delito.
Esta situación de indefensión, que no tiene parangón en los países de
nuestro entorno, el ver nuestro trabajo tirado por los suelos y la
impunidad con que las mafias, y los consumidores, operan desde hace unos
años, sería suficiente para la convocatoria de huelga del sector. Hago
hincapié en el combate contra la venta ilegal callejera, como el
principal motivo de la protesta, porque sólo está en las manos del
Gobierno erradicarla, y es su obligación.
Los músicos sabemos que el CD, el soporte sobre el que comercializamos
nuestro trabajo, tiene los días contados, pero en este país esto no es
una metáfora. Porque mientras en los países de nuestro entorno las mantas
no existen, aquí, la compra masiva e ilegal de discos supone la
imposibilidad de hacer el camino al nuevo sistema de una forma razonable
y justa.
Nuestra profesión, tradicionalmente, ha soportado otros cambios del
formato con el que nos comunicamos con nuestros seguidores, y con el que
los artistas nos ganamos la vida: la venta de partituras dejó de ser
nuestra fuente de ingresos cuando aparecieron los discos de pizarra,
después llegó el vinilo y convivió un tiempo con la tecnología digital.
La posibilidad de clonar nuestro esfuerzo en "copias privadas" nunca me
pareció mal. Que alguien se copie mis discos y los regale a quien quiera
me halaga. Ahora, que las copias sean "públicas", se pague por ellas, y,
además, sirva como argumento el bajo precio del producto robado, para
afear nuestras protestas llamándonos peseteros, me parece perverso. Y ahí
entra la sociedad.
Porque no sé si la gente, el público, el respetable, sabe que en mi
profesión somos muy pocos los que estamos en disposición de aguantar el
flagelo de su insolidaridad. Sólo un puñado de artistas, de la extensa
nómina de los creadores hemos logrado sobrevivir gracias al favor del
público, nuestros mecenas, y a que la piratería es algo relativamente
reciente.
Pero detrás de nosotros hay una multitud de hombres y mujeres que
difícilmente llegan a fin de mes. Y detrás de ellos hay familias,
estudios, ilusiones y proyectos de vida que se verán definitivamente
cancelados, porque esta sociedad les da la espalda comprando el producto
del saqueo, con las más peregrinas justificaciones morales para amparar
su complicidad en la catástrofe.
La peña esgrime razones bastardas e hipócritas para justificar su
complicidad con los cacos: que si el precio de los discos legales es
caro, que si los manteros son pobres emigrantes, que si las mantas ayudan
a la difusión de la música, que si los artistas somos unos niños ricos
que no hacemos más que quejarnos... Argumentos fácilmente desmontables si
la sociedad en que vivimos no fuera hija directa de la picaresca y el
consumo irracional.
El precio de los discos es el que es porque: paga impuestos, paga las
costosísimas campañas promocionales que los medios de comunicación cobran
para su difusión, y de él viven una larga lista de personas a las que
antes me refería, y, además, un 16% de IVA como un artículo de lujo.
Si comparamos los precios de infinidad de productos básicos, o
superfluos, con el de los discos en los últimos años -sobre todo desde el
subidón del euro-, nos damos cuenta de que el disco, en su variedad de
precios, resiste la comparación.
Sabemos que los manteros son pobres inmigrantes semiesclavos en manos de
las mafias más siniestras y lo lamentamos. Y que si están en las aceras
es porque a los gobiernos les ha interesado más una delincuencia de baja
intensidad permitida por la sociedad que unos miles de tipos desesperados
dando palos por las esquinas a pobres ciudadanos indefensos.
Pero si la sociedad está realmente tan preocupada con la precaria
situación de los manteros, por qué no le pide al Gobierno que los
legalice y les dé un trabajo digno, como sin lugar a dudas se merecen.
El top manta no sólo no ayuda a la difusión de la música, sino que se la
está cargando. El acceso casi ilimitado a la oferta musical la convierte
en un objeto de usar y tirar.
En este país la música está tirada por los suelos, y tampoco es una
metáfora. Ahí empieza una extensa cadena de damnificados que tiene como
último eslabón a los jóvenes creadores, silenciados por la falta de
inversión de las discográficas, grandes o pequeñas, que suelen apostar
sus pírricos euros por nuevos artistas que parezcan clones de los
artistas, y los estilos, del último éxito que está en las mantas.
Totalmente desorientados, todo se para...
España tiene el bochornoso honor de estar entre los 10 países más piratas
de la Tierra. Nuestros compañeros de viaje están muy lejos de Europa, de
sus valores y de su renta per cápita. Esto debería alarmar a un Gobierno
y a una sociedad que acaba de votar en referendo la defensa de esos
valores.
La ministra de Cultura elaboró el borrador de un plan del Gobierno contra
la piratería en diciembre de 2004. El plan contemplaba la colaboración de
hasta 11 ministerios, nada menos.
Yo me pronuncio por ayudar a la señora ministra con una huelga general de
silencio que paralice a los trabajadores de la música y su industria,
hasta convencerla de que en estos putos tiempos, el único ministerio
imprescindible en la lucha por nuestros derechos es el del Interior. Por
simple dignidad, paremos de tocar.
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sábado, 24 mayo 2014 |
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