Bajo esa expresión se engloban cosas como el
derecho de los padres a elegir el tipo de educación –y el centro- que quieren
para sus hijos, o el derecho a impartir la enseñanza de la religión católica, o
el de crear centros de enseñanza regidos por una adscripción religiosa o
ideológica concretas.
Pero en el fondo, da igual qué es lo que oficialmente se pide con la
manifestación del día 12. Lo que no da igual es lo que hay debajo, es decir, la
realidad. Y lo que hay debajo, como siempre, son intereses económicos. Las
grandes patronales de la enseñanza son auténticos lobbies que
defienden un negocio. Totalmente legítimo, pero un negocio.
Y la iglesia católica, íntimamente ligada a esas patronales del sector, está en
el mismo negocio. Y en otro, porque además tiene un acuerdo con el Estado
mediante el que recibe una sustanciosa financiación anual. Por tanto, detrás de
este revuelo de sotanas y de dueños de colegios de élite, lo que hay es dinero.
Mucho dinero.
No es criticable, ni mucho menos, que se haga negocio. Estamos en una sociedad
dominada por el mercado, es decir, por el negocio, y es absolutamente legítimo
ganar dinero con la enseñanza, como lo es ganarlo vendiendo coches o
periódicos.
Lo que sí es discutible es el empleo abusivo de la palabra libertad. La
libertad de elección de centro, o la libertad de enseñanza son expresiones que
pueden referirse a muchos conceptos. Pero el negocio de la enseñanza, o el
negocio de las subvenciones del Estado no parece que encajen exactamente bajo
el término libertad.
En estos tiempos, el lenguaje se ha prostituido, y una de las labores más
urgentes sería la de devolver a las palabras su significado real.
Probablemente, eso no podrá hacerse nunca, entre otras cosas, porque quedarían
desenmascarados muchos comportamientos y actitudes que no responden a las
palabras empleadas.
En cuanto a la libertad para enseñar la religión, lo lógico sería, como ha
propuesto Izquierda Unida, que la religión católica se enseñe en las iglesias
católicas, la musulmana en las mezquitas, la judía en las sinagogas, y así
sucesivamente. Y que cada una de estas religiones financie su enseñanza.
Por lo demás, no hay nada criticable en que los obispos, los curas o las monjas
vayan a una manifestación. ¿Por qué van a poder manifestarse los empleados de
Seat, o los pescadores, o los mineros, y no los obispos?
Es legítimo manifestarse legalmente para defender unos intereses, como es
legítimo crear unos negocios que luego se defienden con esas manifestaciones,
entre otros métodos. Y es legítimo presionar a los políticos para que tomen
decisiones favorables a esos intereses y tener partidos que los defiendan. Todo
eso es legítimo y lógico. Pero, por favor, no nos hablen de libertad. |