Agencias - Conocidos en el pasado como los "reyes sin corona"
por ser el eje del sistema de propaganda chino, un 80 por ciento de los
periodistas aspira hoy sin embargo a cambiar de profesión debido a la
precariedad, según una encuesta.
El estudio, realizado por la web Zhaopin.com entre 500 personas de las que dos
tercios trabajan en los medios, demuestra que los bajos salarios son uno de los
motivos del desinterés por el oficio.
Un 60 por ciento de los reporteros chinos cobra menos de 3.000 yuanes mensuales
(370 dólares, 300 euros); un 20 por ciento, hasta 616 dólares (518 euros) y sólo
el 6,5 por ciento cobra 986 dólares al mes, el máximo en el sector, informó el
diario oficialista "China Daily" con motivo del Día del Periodista en China.
Los especializados en tecnologías de la información, inmobiliaria y automoción,
los sectores boyantes de la economía china, pueden llegar a cobrar salarios más
elevados.
De los encuestados, sólo un 8,6 por ciento calificó a los periodistas como
"talentos en el mercado laboral", un sector que cuenta en China con 750.000
profesionales con una media de edad de 25 años; un 41 por ciento del total son
mujeres menores de 30 años.
Algunos expertos disienten sobre la penuria: "En comparación con el salario
medio nacional al año (1.000 dólares anuales), los reporteros en China ganan más
proporcionalmente que sus colegas occidentales", señaló Li Kun, profesor de
Periodismo de la Universidad de Pekín.
La supuesta precariedad laboral del periodista chino ha institucionalizado las
"propinas" para que éstos acudan a ruedas de prensa, según ha podido comprobar
EFE.
"Si no les pagamos, no acuden a las ruedas de prensa", declaró a EFE una
relaciones públicas china. "A veces, si la propina no es muy alta, nos dicen que
qué esperamos que escriban por ese precio".
Es habitual que en la cola para acreditar periodistas chinos en un acto se
entregue un sobre con hasta 300 yuanes (37 dólares, 30 euros) para "compensar"
la penuria periodística y asegurarse de que escribirán algo, y además positivo.
La compensación está muy institucionalizada en sectores como el cultural, donde
ningún reportero está dispuesto a acudir si no hay premio. "Si no les pagamos,
no vienen a las ruedas de prensa", declaró a EFE una fuente del sector
audiovisual que pidió anonimato.
Además, hay que regalar bebidas y comida, ya que si evento coincide las
sacrosantas horas de ingesta china, los profesionales se levantan puntuales y
desaparecen.
En el Día del Periodista, ninguno de los medios se hizo eco ayer de la potente
censura a la que están sometidos estos profesionales, que reciben sistemáticas
normativas del Departamento de Propaganda con lo que se puede y no se puede
escribir.
El mecanismo fue desvelado por el profesor Jiao Guobiao, del Centro de Estudios
de la Comunicación de la Universidad de Pekín, que se atrevió en 2004 a
denunciar en Internet las órdenes del oscuro departamento. Este año Jiao fue
expulsado de la Universidad y se fue a vivir a Estados Unidos.
En el remanso de la optimista propaganda mediática, se producen casos de
valentía, sobre todo en algunos medios locales de las áreas rurales,
precisamente donde la corrupción de los cuadros del Partido es más intensa y el
gobierno central pierde poder.
El caso de Zhao Yang, asistente del diario "The New York Times" (NYT) detenido
el año pasado por filtrar supuestamente la dimisión de Jiang Zemin como líder
del Ejército.
Hasta su llegada al NYT, Zhao se hizo un nombre denunciando los abusos que
sufren los campesinos desde las páginas de la revista "China Reform", y sigue
detenido mientras las autoridades intentan reunir pruebas sobre la supuesta
"filtración de secretos de Estado".
Otros, que no llegan a tener la suerte de trabajar para medios extranjeros, se
especializan en métodos anticensura, como situar una denuncia al final de un
artículo coronado con un titular optimista.
Reporteros Sin Fronteras (RSF) ha calificado a China en los últimos años como la
"mayor prisión del mundo para periodistas", ya que mantiene encarcelados a 31
profesionales y 64 "ciberdisidentes".
Estadísticas no oficiales revelan que la profesión es ya la tercera más
peligrosa del país, por detrás de la minería y la policía, debido a los
problemas de salud y estrés que ocasiona.
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