Empero, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y el
primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair, sostienen que la guerra ha cambiado
al mundo en sentido positivo., informa la agencia alemana de noticias DPA.
Sin embargo, ambos mandatarios se enfrentan en sus propios
países con fuertes críticas, debido a los dudosos argumentos invocados para
justificar la aventura bélica. "Cruel y arrogante": así ha calificado la
política de Washington el candidato presidencial demócrata, John Kerry, quien
acusa a Bush de haberlo engañado a él y a toda la nación estadounidense.
Por cuanto no se han encontrado en Irak armas de destrucción masiva ni pruebas
de una supuesta colaboración entre Saddam y la red terrorista Al Qaeda, tanto
Bush como Blair tienen grandes problemas para defender su credibilidad.
En ambos países, la gente se pregunta si sus gobiernos sólo incurrieron en un
error fatal o si mintieron deliberadamente. Como el terrorismo y los ataques de
la resistencia siguen ensombreciendo el camino de la pacificación de Irak, son
cada vez más los estadounidenses y británicos los que ponen en tela de juico que
el precio que se está pagando en términos de vidas humanas y los enormes costos
de la campaña militar en Oriente estén justificados.
Los políticos y los historiadores seguramente seguirán debatiendo aún durante
mucho tiempo sobre los verdaderos motivos de la guerra. Incluso acérrimos
críticos de Bush como el filósofo Noam Chomsky no creen que los grandes
intereses petroleros fuesen el factor decisivo.
Existe un consenso bastante amplio en el sentido de que el Cercano Oriente "continuará
siendo en las próximas décadas la región más insegura y más peligrosa, cuyo
potencial explosivo puede sumir al mundo en el caos", opina Zbigniew
Brezinksi, quien fuera consejero de seguridad del ex presidente Jimmy
Carter. Sólo cabe preguntarse, según Brezinksi, si la guerra contra Irak fue
la respuesta adecuada a esa situación.
La responsabilidad por esta guerra recae principalmente en los neoconservadores
que forman parte del entorno de Bush. Desde hace tiempo, ellos vienen reclamando
una estrategia preventiva, ofensiva y esencialmente unilateral para la política
estadounidense del siglo XXI. Para ellos, los peligros que amenazan a la
seguridad y la paz mundial tiene su origin principal en el mundo islámico.
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 no
hicieron más que confirmarles en su opinión y terminaron por convencer a Bush de
la necesidad de pasar a la ofensiva. Desde la óptica de esos políticos
neoconservadores, las guerras en Afganistán e Irak sólo son el inicio de la
creación de un nuevo orden internacional, dominado por Estados Unidos. Bush cree
en la "misión" de Estados Unidos de expandir la democracia y los derechos
humanos al resto del mundo.
Sin embargo, el argumento fundamental para justificar la guerra fue la supuesta
"amenaza inminente" que representaban las armas en poder de Irak, según
aseguró Blair el año pasado. Con una insistencia aún mayor que Bush, el premier
británico aseguraba que se tenían "pruebas" del peligro que suponía Saddam
Hussein. A Bush le resultaba más fácil movilizar a los estadounidenses,
atemorizados por los atentados terroristas, contra los "villanos" del mundo.
La mayor parte de las "pruebas" que el secretario de Estado norteamericano,
Colin Powell, presentó ante las Naciones Unidas antes de la guerra
resultaron ser falsas. Fue justamente el inspector de armas estadounidense David
Kay quien reconoció el fracaso de los intentos de encontrar armas nucleares o
químicas. Aunque Powell sigue definiendo la política de Estados Unidos, hay
indicios de que personalmente tiene dudas acerca del sentido de la guerra.
Para los neoconservadores, tales como el secretario de Defensa, Donald
Rumsfeld, y el vicepresidente, Dick Cheney, quienes siempre han
cuestionado la capacidad de acción de la ONU o de la OTAN, el balance de la
guerra es positivo: un cruel dictador fue desplazado del poder; el rápido
triunfo y la captura de Saddam fueron duros golpes para el orgullo de los
nacionalistas árabes; ante la firmeza de Estados Unidos, Libia aceptó
desmantelar sus programas para la poducción de armas de destrucción masiva, y
también los compromisos asumidos por Irán para el uso exclusivamente pacífico de
la energía nuclear fueron fruto de la política de "palo y zanahoria".
También en Gran Bretaña hay defensores del neoconservadurismo. El historiador
Niall Ferguson, por ejemplo, aboga por un
"imperialismo liberal" y reivindica el supuesto papel positivo de
las potencias coloniales e imperiales, antes bajo la Corona británica, hoy bajo
la dirección de la Casa Blanca.
Estados Unidos, afirma Ferguson, debería hacer valer su
"responsabilidad imperial", propagando activamente por todo el mundo los
valores de la democracia y el capitalismo.
Explícitamente, Blair nunca se ha declarado partidario de esta ideología, aunque
él también defiende esta ofensiva: "Nuestros valores no son valores
occidentales, (...) son valores humanos que la gente hace suyos en todo el mundo
y en todo momento cuando tienen la oportunidad". Irak sigue siendo una
piedra de toque para la validez de este punto de vista.
Bush, el "derechista", y Blair, el "izquierdista", parecen coincidir en que el
mundo necesita el liderazgo de Estados Unidos. Blair incluso calificó el reclamo
de un "mundo multipolar", formulado por el presidente de Francia, Jacques
Chirac, como el posible inicio de una "catástrofe". Europa, en opinión de Blair,
sólo puede ganar poder como socio estratégico del "poder unipolar, Estados
Unidos".(Por Christoph Driessen y Laszo Trankovits, Dpa)
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